miércoles, 14 de enero de 2009

Un cuento de mi amiga Teresa: "Conciencia"

Este es el cuento que Teresa publica este mes en La Voz. Como me gusta mucho le he pedido permiso para meterlo en una botella de cristal y dejarlo aquí para que lo disfruten todos aquellos a los que os gusta el vino de diente de león.


Diente de león de primera presión en frío.




“CONCIENCIA”


Teresa Sandoval Parrado


La chica de la izquierda parece sacada de una película de Tim Burton. Lleva el pelo lacio cayéndole a ambos lados de la cara como un pesado velo de color castaño mate y el flequillo cortado a trasquilones. Su cara es casi la de un fantasma juvenil, con unas grandes ojeras violáceas y la mirada triste; sin embargo, cuando sonríe, su rostro se transforma y adquiere un encanto insospechado. Viste una camiseta negra con el nombre de un legendario grupo de rock estampado en el pecho, y unos amplios pantalones de camuflaje que acaban demasiado pronto para dejar al descubierto un restringido trozo de pantorrilla y unas botas de hebillas excesivamente grandes. El vestuario lo complementa una muñequera de pinchos y un bolso en bandolera donde se exhibe un ejército de calaveras dotadas de ostentosos globos oculares. A sus pies descansa el estuche de una guitarra eléctrica.
En contraste, la otra chica, la de la derecha, ofrece la imagen de una iluminada e inocente madonna renacentista. Es rubia, con el cabello sedoso y ligeramente ondulado en las puntas. Tiene los ojos redondeados, de un verde limpio y profundo como las aguas de una laguna exótica. Ella es delicada y blanca, completamente blanca. A su lado aguarda otro instrumento musical; ella toca el violonchelo, claro está. Ambas están sentadas en el mismo banco, cada una en un extremo, aguardando el momento de hacer sonar su música. Su estampa compone una dualidad Yin Yang en toda regla. Las conozco desde hace mucho, aunque por ellas no pasa el tiempo; permanecen perennemente en la espinosa adolescencia mientras yo sigo avanzando por la vida habiéndome convertido ya en lo que podría llamarse un hombre maduro.

Ahora tengo la certeza de que las dos me están mirando con atención. Siempre ocurre en momentos como estos. Me encuentro en unos grandes almacenes, echando un vistazo por la sección de joyería. Busco un regalo para Susana; algo lo suficientemente caro y lo suficientemente inútil que le demuestre cuánto la quiero; mañana es su cumpleaños y quiero sorprenderla. El problema es que mi presupuesto es limitado.
A mi lado hay una señora hablando con la dependienta. Ésta le ha sacado del mostrador una bandeja donde se expone un amplio repertorio de broches colocados primorosamente. Reconozco a la señora; es la misma que me pisó al entrar en los almacenes con sus zapatos de tacón; la misma que excusó pedir disculpas para limitarse a mirarme por encima del hombro como si hubiese sido yo quien hubiera tenido la desfachatez de poner el pie debajo. Es de mediana edad, con aspecto de señora acomodada. Tengo que reconocer que tiene una apariencia agradable pero me cae mal. Me cae mal su cabello excesivamente disciplinado a base de laca; me cae mal su mirada de autosuficiencia, y sobretodo me caen mal sus zapatos de tacón. Mientras yo sigo mirando los expositores estirando la vista para enterarme de los precios sin necesidad de preguntar, ella escoge un par de alfileres de la bandeja. Después saca la cartera de piel de su bolso de piel perfectamente conjuntado y paga el importe de la compra. Al volver a depositarla en su sitio la cartera se desliza fuera del bolso y aterriza en el suelo, junto a mis pies. Mi pie, el mismo pie anteriormente ultrajado, a veces y sólo a veces, es rápido de reflejos, y con un sencillo movimiento oculta la cartera y la lleva a mi terreno dándole a la tarde una posibilidad inesperada. La mujer se despide de la dependienta, coge su envoltorio y se aleja hacia la salida.

Es ahora cuando con más intensidad siento las miradas de las niñas sobre mí y entonces comienzan su particular concierto. La niña oscura sabe que la prefiero a ella, que cada día tolero menos a la hipócrita niña blanca con su halo dorado y sus alitas dorsales, aunque hay veces, como hoy mismo, que su música de chelo se impone sobre la de la guitarra eléctrica, sobre el hilo musical de los almacenes, y es tan dulce, tan conmovedora, que vuelvo a sucumbir inevitablemente como los marineros ante el canto de sirenas, y soy todo suyo. Casi puedo verla ya sonreír y me irrita; no puedo soportarlo, pero tampoco puedo dominarme. Me agacho sin remedio, cojo la cartera y elevo la voz sobre el ruido ambiental: “¡Eh, señora!... ¿esto es suyo?”

FIN

4 comentarios:

Teresa dijo...

Gracias Toñi, por tus palabras y por abrirme un hueco en tu blog por la puerta grande.

Felzi día. Un beso.

Toñi dijo...

Gracias a tí, Teresa, por dejarme tu cuento. Ya sabes que me gusta mucho.

Un beso.

jorge dijo...

gracias teresa por un cuento tan bueno.

gracias toñi por brindarnos la oportunidad de disfrutarlo.

Mientras describias a las dos adolescentes me iba cayendo mejor la morena... al final del cuento comprendi porque.

Teresa dijo...

Muchas gracias Jorge. A mí también me cae mejor la morena; en el próximo cuento dejaré que sea ella la que triunfe.

Un abrazo.

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