La lluvia no te pertenece
aunque tú lo creas
porque extiendes tu mano y cae
blandamente
sobre tí.
Lo suficiente para mojar tu pelo,
pero nada más.
Siempre conteniéndose
la lluvia que cae sobre tu cabeza
y se agota en tí
cuando roza tu boca.
Crees que siempre habrá
una lluvia de primavera.
Una ardilla se la beberá del charco
que deja, al caer,
en una tarde tranquila.
La mirarás al pasear bajo los pinos
y dirás que esa lluvia fue tuya
y la dejaste allí, olvidada.
La fina lluvia de otoño
que teje la suave alfombra de hojas secas
y barro
para que tú camines por ella
una mañana llena de luz.
No será siempre la misma lluvia.
Ni siempre tan amable y tranquila.
Vendrán los grandes aguaceros.
Las interminables tormentas que desbordarán los ríos.
Y lo peor de todo: su ausencia.
Cuando ella se marche
y nunca más manche los cristales de tu ventana
¿quién acariciará tu mejilla con gotas como lágrimas?