lunes, 31 de marzo de 2008

Naguib Mahfuz

Esta semana estamos leyendo en el club de lectura: "El callejón de los milagros", de Naguib Mahfuz. Es un libro lleno de vida, de vivencias, de alma. El mundo árabe, pero también el mundo universal (incluso podría ser una calle del pequeño Albacete), está muy bien retratado, con sus glorias y miserias, en un sencillo callejón donde hay un café y unos pocos comercios. Es fascinante el poder de la palabra para crear estos mundos, que parecen incluso más reales que la propia realidad. Claro que el escritor lo merece. Pero al leer su biografía descubro que también fue víctima del integrismo islámico; sufrió un atentado que condenó su vida al dolor y una serie de limitaciones que pudo sobrellevar para seguir escribiendo. ¡Bien por él!

No me resisto a poner un fragmento de la novela; concretamente el inicio. Cuando la leí, en mi época del instituto, me gustó, pero ahora, con más años vividos y más experiencia, me gusta mucho más. Y la entiendo mejor.
Y además: nada de lo que se cuenta aquí es políticamente correcto. La vida tal y como es.

" Muchos testimonios lo proclaman: el callejón de Midaq fue una de las joyas de otros tiempos y brilló con rutilante estrella en la historia de El Cairo. ¿A qué Cairo me refiero? ¿Al de los fatimíes, al de los mamelucos o al de los sultanes otomanos? La respuesta sólo la saben Dios y los arqueólogos. A nosotros nos basta con constatar que el callejón es una preciosa reliquia del pasado. ¿Cómo podría ser de otra manera con el hermoso empedrado que lleva directamente a la histórica calle Sanadiqiya? Además tiene el café que todos conocen como el café de Kirsha, con muros adornados de abigarrados arabescos. Todo esto con una antigüedad neta, en estado de ruina y decadencia, y con fuertes efluvios de medicinas y drogas de otras épocas, que al paso del tiempo se van sustituyendo por los del presente y los del futuro. "

(La foto: Atardecer en El Cairo)

martes, 25 de marzo de 2008

Las cintas escarlata


Don Rubén Salas, un viudo de setenta y tres años, estaba en una mercería del centro de su Valladolid natal cumpliendo el encargo de una de sus hijas. Dicho recado consistía en comprar lazos para adornar las trenzas de sus tres nietas en los colores que él sabía que eran sus favoritos: azul celeste, rosa pálido y blanco marfil. Cuando la dependienta le mostró las cintas para que escogiera, don Rubén detuvo su mirada más de lo conveniente sobre las de color escarlata. Algo en su interior le mandó una señal imprevista que le impulsó a pedir que le cortaran también tres metros de aquella y se la envolvieran en un paquete aparte.

Cinco días antes don Rubén había acordado con su hijo Daniel, que vivía en Madrid, hacerle una visita para conocer a su futura nuera, una jovencita llamada Eva. Aunque sólo se trataba de una noche había insistido en alojarse en un hotel y no en casa de la pareja, aduciendo que no quería ocasionar molestias, aunque en el fondo tenía una idea muy distinta (e inconfesable): había decidido contratar los servicios de una buena profesional que le recordara que seguía siendo un hombre. Y este propósito le animaba y le añadía morbo a su escapada madrileña.

Llegó a la Villa y Corte en un Alaris que lo dejó en la estación de Atocha a las once y diez de la mañana. Cogió un taxi que lo llevó al hotel Gaudí, en plena Gran Vía y llamó desde el móvil a su hijo para concertar a qué hora pasaría a recogerlo. Cuando colgó le preguntó al taxista dónde podía encontrar lo que buscaba y éste le dijo que en una calle cercana al hotel sería fácil. Don Rubén quedó satisfecho, pagó generosamente al taxista y, después de dejar el equipaje y descansar lo suficiente, fue a dar una vuelta.

Efectivamente, la calle Montera estaba llena de mujeres que parecían esperar que sucediera algo. Descartó las demasiado jóvenes, las demasiado flacas, las que tenían aspecto enfermizo y las que mostraban desde lejos su oficio. Al fin le gustó una morena de cabello corto vestida con gusto a la que calculó cuarenta años. Sintiéndose un tanto torpe le pidió precio. Ella le sonrió y le dijo que 300 euros la hora cualquier cosa que él deseara hacer. ¿Cualquier cosa? El paquete con las cintas abultaba ostensiblemente el bolsillo de su chaqueta. Ella se acercó más a él. Lo que quieras, recalcó, y al acercarse él olió su perfume, Chanel sin duda, por lo que decidió sin dudarlo que esa puta era la que él buscaba. Le hizo un gesto afirmativo y ella le acompañó al hotel.

En la habitación don Rubén le puso al corriente de lo que deseaba. Ella le escuchó sin mostrar sorpresa o rechazo, como la buena profesional que sin duda era. Ella pasó al cuarto de baño, para prepararse, mientras que él se ponía un elegante traje, el mismo que iba a llevar en la cena con su hijo. La mujer salió del baño en ropa interior, un corsé de seda negra con liguero, un tanga transparente que dejaba ver un culo redondo y prieto, y unas medias negras que realzaban sus piernas bien formadas. Puso las manos cruzadas sobre la espalda y dejó que don Rubén las atara con las cintas escarlata, pasando la cinta primero por una de las muñecas varias veces, como si fueran pulseras de seda; luego cruzó a la otra muñeca donde hizo lo mismo. Don Rubén se movía lentamente, gozando del hermoso cuerpo que se le ofrecía sin resistencia y respirando el perfume que lo embriagaba. Una vez que la hubo atado, le pidió que se sentara sobre la cama. Ella lo hizo con la mirada baja, evitando mirar al hombre a los ojos. Él se bajó los pantalones y le puso el pene cerca de la cara. Ella lo lamió golosamente, introduciéndolo en su boca y apretando con los labios hasta que la rotunda erección no le permitió tenerlo dentro de la boca. Él sentía una extraña mezcla de dolor y placer y el deseo se hizo más apremiante, así que cogió unas pequeñas tijeras y cortó las cintas, dejando libre a la mujer para que le masturbara. Cuando él lo pidió, ella le puso un preservativo y abriendo las piernas se tumbó sobre la cama. Él se echó sobre ella, penetrándola con fuerza. Apenas entró en su cuerpo, caliente y excitado como estaba, eyaculó enseguida, abandonándose a una sensación de completa paz. Entonces ella le advirtió que había pasado una hora, se levantó y se vistió. Don Rubén le pagó lo convenido y, cuando se quedó solo en su cuarto, se duchó y se acostó desnudo en la cama, durmiendo el sueño más reparador que había tenido jamás.

A las nueve lo recogió su hijo. Fueron a un restaurante de moda donde les esperaban Eva y su madre. Las mujeres ya estaban sentadas a la mesa. Una chica preciosa junto a una señora de buen ver vestida con exquisita elegancia. A don Rubén le temblaron las piernas cuando reconoció a la dama, pero algo dentro de sus pantalones volvió por segunda vez a la vida, y esa fuerza ascendente de su pene evitó que se cayera al suelo. Ella le alargó la mano a don Rubén y él se inclinó para besarla con galantería, pues al fin y al cabo era todo un caballero. Al hacerlo, comprobó que todavía tenía en las muñecas las marcas de aquellas cintas escarlata.

Fresas


nadie las mira
en el escaparate
preciosas fresas


muerdo una fresa
diminutas semillas
entre mis dientes

martes, 18 de marzo de 2008

Semana Santa

Antonio me ha enviado este chiste, muy propio para este tiempo de Semana Santa. Como no tengo planes especiales para las vacaciones, me estoy planteando hacer algún trabajo casero, de esos que siempre se dejan para más adelante, para cuando se tenga tiempo; la otra alternativa, cocinar rollos de anís y panecicos dulces propios de pascua, está descartada, ya que inevitablemente acabaría engulléndolos, con el consiguiente perjuicio para mi línea.

Pero estas vacaciones nos vienen bien a todos. Feliz Semana Santa, amigos.

lunes, 10 de marzo de 2008

Dádiva, por Czeslaw Milosz


Dádiva
por Czeslaw Milosz

Un día muy feliz.
La niebla se levantó pronto, trabajé en el jardín.
Los colibrís se demoraban sobre las madreselvas.
No había cosa en la tierra que yo deseara poseer.
Sabía que no merecía la pena que envidiase a nadie.
Cualquier mal que hubiera sufrido, lo olvidé.
Pensar que una vez fui el mismo hombre no me molestaba.
En el cuerpo no sentía dolor.
Cuando me estiré, vi el mar azul y velas.


***
******
************
******
***

Este poema es un regalo de Antonio dentro de un libro precioso, hace unos cuantos cumpleaños. Es un poema sencillo y hermoso. Contagia esa sensación de limpieza y me hace sentir mejor; es un poema curativo como pocos.

Lo he vuelto a encontrar en la red, buscando información sobre Raymond Carver; aparece en su último libro de poemas (Un sendero nuevo a la cascada. Últimos poemas, introducción de Tess Gallagher, traducción de Mariano Antolín Rato, Madrid, Visor, 2001, 2ª ed., p. 23).

Y al leerlo he vuelto a sonreir, como lo hice la primera vez que lo leí. Pienso en ese día tranquilo, un lugar cerca del mar y la sensación de plenitud, de total felicidad; aquí está básicamente lo que yo deseo, mi sueño y mi esperanza. Espero que llegue algún día igual al que se describe en el poema. Y que se repita siempre, al menos en su esencia.

Gracias, Antonio. Te lo devuelvo, ahora que estás recuperándote de tu esguince.

Resaca de elecciones y vuelta otra vez a la normalidad. Marzo en su segunda semana, un día gris de invierno, no demasiado frío. He visto el sol amanecer entre nubes plateadas.

Feliz lunes.

viernes, 7 de marzo de 2008

Una buena postura



Se nos avecina un fin de semana lleno de acontecimientos: 8 de marzo día de la mujer trabajadora, 9 día de votaciones (y cumpleaños de Eva, que no me he olvidado, Teresa) ... pero con el frío que se nos ha echado encima, después de que este tiempo traicionero nos hiciera creer que ya venía la primavera, hay que ser tan inteligente como este gato y buscarse un lugar calentito, al abrigo del frío y donde nadie venga a molestarnos. Relax y siesta para quitarse de encima el estrés y las tensiones de la vida.

¡¡¡Esta sí que es una buena postura!!!

(y caliente)

jueves, 6 de marzo de 2008

Haruki Murakami




Mi primer contacto con este escritor de nombre difícil de pronunciar (pero una vez que lo aprendes sale de un tirón, como un trabalenguas) fue escuchando la radio. Un lector recomendaba un libro que había leído y le había fascinado.


-"Tokio blues", de Haruki Murakami.

-¿De quiénnnnnnnnnnnnnn? -dijimos el locutor y yo al unísono.


Y corrí a buscar un bolígrafo para apuntarlo. Porque lo japonés me atrae mucho; al menos lo bueno y lo hermoso de ese mundo lejano y diferente al mío.


Cuando leí "Tokio blues" supe que ése era el principio de una hermosa amistad, la que establece cada lector con un escritor, la que le hace perseguir su obra allá donde la energía le lleve. Y yo tengo esa relación con mis escritores favoritos, entre los que se encuentra Murakami.


¿Por qué me gusta? Porque habla de la vida, de las crisis de la madurez, del tremendo esfuerzo que supone vivir y más aún, sobrevivir a nosotros mismos y nuestros fantasmas; cosas con las que coincido con él. Y lo cuenta muy bien. Sus libros están llenos de jazz, de gatos, de mujeres poco comunes y tienen ese toque japonés y a la vez occidental, que te reconoces en su mundo, te reconoces en sus historias.


Y esta mañana, al acercarme a la biblioteca para devolver un libro, Mari Ángeles, una estupenda bibliotecaria de las que hay pocas, me ha entregado lo último de Murakami, una desiderata que hice estas navidades y que hoy me viene, casi como un regalo de cumpleaños: "Sauce ciego, mujer dormida". Una colección de cuentos, espléndido libro editado en español por Tusquets, como todas sus obras.


Una feliz sorpresa para esta mañana de jueves, tan fría.


Una adivinanza para quien todavía no haya sido seducido por el tifón Murakami: ¿de qué escritor norteamericano, del que hemos hablado hace poco, es traductor Murakami?

miércoles, 5 de marzo de 2008

Lamar Herrin ayer en Albacete


Lamar Herrin es un hombre alto, delgado, con una mirada penetrante e inteligente; parece un actor de cine americano al estilo de Clint Eastwood. Estuvo ayer en el Club de Lectura, presentado por Eloy Cebrián.


Lo primero que aclaró es que su nombre completo es William Lamar y como William lo conocen sus amigos y su mujer, o como Guillermo en España. Como le dijimos que estábamos leyendo: "Si me necesitas, llámame", de Carver, se trajo el libro leído y con anotaciones, aunque señaló que éste no es su mejor libro; él prefiere: "Catedral" o "De qué hablamos cuando hablamos de amor", que fue el libro con el que saltó a la fama.


Sobre Carver, escritor a quien conoció personalmente en Estados Unidos, nos habló de la sensibilidad especial de sus personajes, siempre en tránsito, alquilando casas o saliendo de ellas, siempre asustados ante la posibilidad del fracaso o la soledad. Siempre frágiles porque la vida les ha pegado duro por el alcoholismo del que tratan de recuperarse o por haber salido de infiernos que dejan huellas profundas. Lamar nos habló de la cautela de Ray a la hora de presentar las acciones, de una forma lineal, basada en esa misma necesidad de que el difícil equilibrio no sea roto. Y que siempre en sus cuentos aparece el elemento descontrolado de la magia: los caballos o el incendio, cualquier cosa que demuestra que la vida siempre nos sorprende.


Una frase que me gustó: "un escritor siempre está escribiendo el mismo cuento". En el caso de Carver es fácil comprobarlo, pues sus personajes están en situaciones similares, tránsitos, crisis pasadas y desesperanza.


Otra frase, acerca de la expresión de los sentimientos: hay que tener cuidado con la forma de describir las emociones; se deben sugerir, pero nunca darlas en exceso, porque las emociones tienen que estar en el lector, no en la obra. Un exceso de sentimentalismo o de cursilería es nocivo en cualquier relato de calidad.


Ante la pregunta de Arturo sobre el editor de Carver, Lamar confirmó que recientemente se había publicado una carta en la que Carver suplicaba a su editor que no manipulara sus cuentos. Pero Lamar dejó claro que los editores suelen ayudar a los escritores para mejorar sus obras, y que el mismo editor de Carver fue decisivo en el reconocimiento del escritor.


En cuanto a su propia obra, sobre todo acerca del cuento "Last respects" nos dijo que la inspiración le vino en un viaje que realizó en coche con su mujer en medio de un calor horroroso; como no tenía aire acondicionado, a casi 50 grados, su mujer le iba dando trozos de melón mientras que él conducía, sudando debido al calor. De ahí surgió la idea de que el sudor podría ser lágrimas, un hombre que llora porque ha recordado a una muchacha que conoció en su juventud y que murió ... poco a poco los personajes empezaron a tirar de la historia y él se dejó llevar.


La muerte es una de sus obsesiones literarias, según señaló Eloy, al estar presente en otras obras suyas.


De la actual narrativa norteamericana, recomendó el libro: "La carretera" de Cormac Mc Carthy, que ya había sido sugerido por Rubén.


Me gustó apreciar la sensibilidad que mostraba ante los pequeños detalles. Fue un lujo conocerlo y escuchar sus ideas. Da gusto encontrar a personas a las que se podría estar escuchando horas sin cansarme nunca.

sábado, 1 de marzo de 2008

Crisis


No hay nada tan necesario y tan temido como las crisis. Siempre te rompen. Pero tú tienes que aprender a ser lo suficientemente madura como para tirar sin nostalgia los pedazos rotos y construir sobre lo que queda en pie.

Porque eso que permanece es lo más fuerte y más auténtico que hay en tu corazón.

Y si alguien te dice que despabiles, hazle caso, nena. Sólo se vive una vez.

Una gata curiosa a veces reflexiona

Una gata curiosa a veces reflexiona
mientras pasea por la calle Ancha

Dientes que león que volaron lejos o cerca ... ¿alguno te ha llegado?

El gato de Cheshire...

El gato de Cheshire...
o su sonrisa

Instituto Cervantes

Espéculo

Espéculo
Revista literaria

¿Alguien ha visto mi ratón?

¿Alguien ha visto mi ratón?
Si tienes gato, esto te puede pasar a tí

Si un perro salta a tu regazo es porque te aprecia...

Si un perro salta a tu regazo es porque te aprecia...
...pero si un gato hace lo mismo es porque en tu regazo se está caliente. A.N. Withehead

Dientes de león desde 7 de septiembre de 2010

Dientes de león

Dientes de león

¿Desde donde te trae el viento ... ?