
Llegó una mañana de septiembre en un transportín de MRW. En la caja había una pegatina: "Contiene animal vivo". Me asomé y ví unas pupilas muy grandes en una cara chiquitina. Y una piel gris claro con un brillo plateado. Allí estaba Ceni.
Una pequeña gata Azul Ruso que se encontró con un enorme Maine Coon que la miraba con curiosidad. Los primeros gestos entre ellos, bufidos y arañazos, no han dejado de repetirse desde entonces.
Tengo la esperanza de que dentro de un tiempo haya una cierta armonía entre ellos, pues siempre he considerado que los gatos son razonables e inteligentes, aunque esa guerra fría ruso-americana está demorándose más de lo que yo desearía.
No obstante, alguna mañana los he encontrado durmiendo a los pies de mi cama, distantes entre sí, y me ha parecido agradable despertar con la luna y el sol tan cerca.
Ella se llama Ceni por su color gris como la ceniza.

Viene de Sevilla y, aunque es tan pequeña, tiene 6 años. Eso sí, tiene carácter.
Mi hijo la llama London. Pero sólo viene cuando dices su nombre: Ceni. Claro que Ray, aunque digas su nombre y sus apellidos, y te acuerdes de sus padres y abuelos (como tengo su pedrigrí, podría hacerlo, si estuviera tan loca) no se digna en mover un bigote.
Me encanta acariciarla y oir su suave runruneo, como cosquillas en la punta de los dedos.
Es una sensación muy agradable de la que pueden dar fe sólo los que disfrutan de la compañía de un gato.
Ya os contaré más cosas de ella. De momento, os la presento.