El sonido insistente de un timbre me despierta. En la penumbra tanteo el espacio buscando el interruptor de la lámpara; lo encuentro. La luz ilumina mi habitación del hotel Flora, aunque no recuerdo cómo he llegado aquí. A mi lado hay alguien, un hombre que duerme aovillado hacia el otro lado. Lo que suena el teléfono, que está sobre la mesita. Lo descuelgo y alguien me dice con tono cantarín:
- Bon giorno, signorina. Sone le sette.
- Bene, grazie – contesto, y tras escuchar el consabido “ prego”, dejo caer el auricular sobre su base.

Siento el malestar de la resaca; me incorporo despacio porque me estoy mareando y trato de tranquilizarme masajeándome las sienes. Este hombre que duerme a mi lado … no sé nada de él, aunque mis labios guardan un nombre que he estado repitiendo, como un mantra, toda la noche:
- Marcello.
Lo pronuncio en voz baja y vuelvo la cabeza para contemplarlo. Está desnudo y tiene un cuerpo joven y musculoso. Lo que veo no me disgusta, el pelo negro y rizado, revuelto sobre la cabecera, la piel bronceada, los labios finos. Poco a poco voy recordando que dormía abrazada a él, sintiendo su olor a tabaco y alcohol, escuchando el rumor de su respiración cerca de mi oído. Lo toco con timidez y se remueve perezosamente, se da media vuelta y sus brazos buscan mi calor, así que me vuelvo a meter entre las sábanas, innecesarias porque es verano, pero suficientes para cubrir nuestros cuerpos desnudos. Me acuesto hacia el lado contrario a él y dejo que me abrace. Intento recordar el programa del día; sé que dentro de una hora alguien me espera en otro lugar, pero se está tan bien en la cama con Marcello… que me dejo llevar por la pereza y el contacto de esas manos que lentamente van de norte a sur, de este a oeste… Hummmm, qué delicioso despertar.
La habitación es grande y lujosa, decorada con elegancia y huele a madera recién barnizada. Un complicado cortinaje en tonos azules, que parece el telón de un teatro, oculta la claridad del amanecer en Vía Véneto. Hay un boureau de color caoba con una silla tapizada en seda azul donde se mezclan nuestras ropas. Ahora recuerdo mi vestido negro, mojado después del baño. Qué locura hice ayer. Me bañé en La Fontana de Trevi. Él me llamaba y después … la cremallera se resistía al quitarme el vestido. Estaba tan pegado a mi cuerpo... pero él supo hacerlo. Sí, tiene unas hábiles manos.
Por fin, abre los ojos y mientras me besa en el cuello me susurra:

- Amore mio. Bellissima. Ti amo tanto, tanto...
Nada de esto es verdad, lo sé. Este hombre me olvidará mañana, pero es delicioso estar así con él ahora. El teléfono vuelve a sonar. Torpemente lo descuelgo, lo dejo sobre la mesita. Que esperen. Estoy en Roma con Marcello y la vida por esta vez es dulce.
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Hoy se cumplen 50 años desde que se proyectó esta inolvidable película de Fellini.
La primera imagen es de Steve Hanks. Pincha aquí y verás bellas imágenes.