viernes, 28 de diciembre de 2007

Matar a Papá Noel




MATAR A PAPÁ NOEL
Por Toñi Sánchez Verdejo

Me da mucha rabia verlos cuando llega la navidad. Me refiero a esos papás noeles que cuelgan de los balcones. Desde noviembre los observo, primero en las tiendas de los chinos, después colgando como chorizos en las ventanas de aquellos a quienes los chinos engañan... Por eso, desde hace unos años, sueño con matar a papá noel. Sueño que se cae del balcón y se estrella contra la acera; sueño que coge una neumonía de tanto estar colgado a la intemperie... Muere de formas distintas, pero es mi sueño recurrente de nochebuena; seguramente sería un caso de estudio para algunos psicólogos, pero como es una vez al año considero que no es tan grave.
Y esta es la tarde del 24 de diciembre y hace un frío de la hostia. Llevo dos horas dando vueltas por el centro buscando un maldito regalo para mi hermana y el idiota de su marido porque, aunque llevamos años diciendo que se acabaron los regalos, siempre me esperan con alguna pijada inútil. Y claro, yo no voy a ser menos. Gracias a la providencia, este año la cosa será breve: se ha muerto la madre del cuñado y no tienen ganas de celebraciones, así que me pasaré para ver a mi hermana y me iré a casa a pasar la nochebuena que siempre quise, una nochebuena a mis anchas y sin cumplir con las normas y tradiciones establecidas.
Voy a matar a papá noel, a mi manera.
Pero antes, el regalo. Qué asco de navidad y qué asco de colas. Parece que todo el mundo está comprando. ¿No tienen casa? Sí, pero será peor estar allí, por eso han salido. Y yo en el centro comercial todavía, como un pasmarote de cola en cola, primero la de pagar, luego otra para que te envuelvan los paquetes... todos como ovejos, dando pasos muy cortos y con la visa en la mano. Uf, esto no se acaba nunca. Para calmar mis nervios, me dedico a mirar el paisaje, ya que aquí tampoco se puede fumar. Un tío vestido de rojo da caramelos haciendo sonar una campana estridente. Jo, jo, jo. Feliz Navidad, dice. La barba blanca cogida con gomas en las orejas y los michelines, esta vez verdaderos, saliéndose por debajo del traje ¡Qué lamentable! Y al pasar junto a él, un crío se asusta y le da una patada. ¡Vaya! Parece que las nuevas generaciones van a mejorar la especie. Pero no. El mismo crío lleva una diadema que quiere representar los cuernos de un reno. ¿Por qué no se la ha puesto su padre? Quizás le pegue más, lo digo porque sólo los adultos tienen cuernos... ¡Vaya gusto tienen algunos! Y todos sonriendo tan contentos.
¿No lo he dicho todavía? Odio la navidad. Pensar que llega diciembre me da dolor de barriga; es posible que sea alérgico a las mascaradas. A la falsedad, a seguir la corriente cuando ves que el río no te lleva a ninguna parte. Por si no tuviera suficiente con ver turrones desde noviembre, los villancicos a todas horas en todos los sitios, el gentío desplazándose en manadas a los mercados y esa sensación de que hay que comprar rápidamente porque si no, se acaba. Pero yo soy el primero que me veo comprando regalos como un gilipollas. Y aún hay más: los malos restaurantes y las comidas de empresa. Mostrar una apariencia de felicidad cuando en realidad estoy amargado. La cena de navidad con mi hermana y el cuñado diciéndome a cada momento: a ver cuándo te echas novia, que tengo ganas de ver una cara nueva. Sí, porque con la cara de imbécil que ves todos los días cuando te miras al espejo... pienso, pero no lo digo; no quiero dar un disgusto a Marta y total, por una vez al año que tengo que cumplir ... mantener la cabeza fría, me digo, y bebo lo mínimo, por si acaso el alcohol me pierde. Lo malo es que el cuñado no sabe controlar la bebida. Y bebe y bebe y vuelve a beber ...
Pero este año me he escapado. Qué sensación tan buena cuando bajo las escaleras de la casa de Marta, después de haberles dejado los paquetes, y mi hermana diciendo: “Me da pena que esta noche cenes solo” Y yo contestando: “No te preocupes; ya sabes que a mí no me gustan las cenas familiares” “¡Pero es nochebuena!” Y yo te hago pongo cara de tonto y le digo: “Feliz navidad, hermanita” y ella: “Abre tu regalo esta noche a las doce” Y yo, sin convicción le digo que sí. Que sí, que lo abriré. Con veintisiete años y abriendo el regalo de papá noel. No tengo otra cosa que hacer.
Pongo el paquete en el asiento del copiloto y conduzco feliz hasta casa. Estoy cansado, deseando llegar. En el frigorífico me esperan dos pizzas congeladas y en el salón tengo la Play Station esperándome con el Master Fútbol 6.0 ¿Qué más se le puede pedir a la noche?
Y al abrir el portal con mi regalo lleno de lazos verdes y azules estoy tan contento que casi me pongo a silbar una canción navideña que escuché en una película de Bruce Willis: “Let it snow”. Y en esas, abro la puerta del ascensor y sale un tío vestido de rojo. Jo, jo, jo ¡El enemigo en casa! Qué asco. Qué asco, de verdad. Los mataría. Está claro que son alienígenas. Y yo soy el único cuerdo de la galaxia; hay que acabar con ellos ¿Por qué no hacen un juego así para la Play? Me lo compraría inmediatamente. “Matar a papá noel”, el juego ideal para las navidades. Sería un puntazo.
Pensando estas tonterías y otras más, al llegar al décimo, mi piso, se abre la puerta de la casa de al lado. Es Nuria, mi vecina, que está buenísima. Si no fuera porque tiene novio ya le hubiera tirado los tejos, pero con la pinta de orangután que tiene el tío, cualquiera se atreve. De todos modos, ya me he dado cuenta de que, a veces, me mira con ojos tiernos. Tiene los ojos demasiado brillantes, quizás esté disgustada, pero lo que veo a través de la bata entreabierta no está nada mal.
- Hola, vecino – me dice, tímida
- Hola
- Verás, acaba de llegar un repartidor. Quizás te hayas cruzado con él. Era uno de esos santa claus ...
- Sí, sí... lo he visto en el ascensor.
- Es que ... te ha traído una cesta de navidad y como no estabas en casa, me la ha dejado en mí. ¿Quieres pasar a recogerla? Es muy grande. Está en la cocina.
Y así es como entro en el paraíso, o mejor, en su casa, en su cocina. Hay un agradable olor a comida que se esparce por toda la casa. Sobre la encimera una caja de clinex y algunos papeles arrugados esparcidos por el suelo. La miro y le pregunto si le pasa algo. Ella dice que nada, pero, sin apenas contenerse, estalla en llanto. Por lo general, no me gustan las mujeres cuando lloran, son un asco, pero esta vez hago la excepción. La abrazo, le ofrezco fraternalmente mi hombro (¿para qué estamos los vecinos, si no?) y ella, dando rienda suelta a las lágrimas, me cuenta que había preparado una cena especial para su novio, pero el muy imbécil la ha dejado plantada porque ha estado toda la tarde soplando y ahora está que no puede tenerse en pie. Y han discutido y ella le ha dicho que se acabó. Que está harta de él y sus borracheras.
- Estoy sola en esta ciudad y a mí no me gusta celebrar la Nochebuena sola -, me dice hipando.
- Ni a mí tampoco. – Le contesto, y le acaricio su precioso pelo rubio. - Yo todos los años la paso en casa de mi hermana, pero este año no ha podido ser y también estoy solo esta noche. Qué dura es la soledad ¿verdad?
En realidad, lo que está dura es otra cosa, pero no quiero romper la poesía del momento. He intentado poner mi mejor cara compungida al decirlo; ella tiene un gesto pensativo. Rápidamente se le ilumina la cara. Ha tenido una idea, dice. Yo, la verdad, también la había tenido, pero le dejo a ella la exclusiva. ¿Por qué no cenamos juntos? Total, dos almas solitarias en medio de la noche. Y es nochebuena, además. ¿Te gustaría? Claro que sí. Acepto encantado.
Ella ha cambiado su cara triste por una sonrisa. Está resplandeciente, a pesar de haber llorado, porque cuando se tienen dieciocho años, que es su edad, el mejor adorno es una bonita sonrisa. Se arregla un poco y viene a mí con esa bata entreabierta que me está volviendo loco. Abrimos la cesta de navidad buscando avituallamiento. Menos mal que mi empresa se ha estirado un poco: cava, whisky y vino, algunos ibéricos envasados al vacío y mucho turrón y dulces para los postres. Meto las botellas de cava en el congelador. La noche promete. Destapamos los demás paquetes. Abrimos una lata de berberechos y descorchamos un Marina Alta fresco para acompañar al marisco.
Y bebiendo la primera copa ella observa:
- Fíjate, si no me hubiera dejado Papa Noel tu cesta en mi casa, nunca nos habríamos conocido.
Tiene razón. Bendito Papá Noel. Mañana mismo me compro una ristra y los cuelgo en mi balcón, pero del cuello, como no me traiga lo que esta noche le estoy pidiendo: estrenar la caja de Durex que compré el año pasado, todavía envuelta con su celofán.
Y ¿qué me ha regalado mi hermana? Nada más y nada menos que ¡un gorro de papá noel con su borla y un montón de luces que se encienden al son de una musiquita! Pero a Nuria le gusta y no me lo quitaré en toda la noche. Como dice esa canción tan sexy: “Puedes dejarte puesto el sombrero” Y yo pienso ponerme las botas.


6 comentarios:

jorge dijo...

Excelentisimo y divertidisimo cuento.
Lo unico que me fastidia es que a mi no me pasan nunca estas cosas.
Con gorro de papanoel, con lucecitas no tiene que estar mal el asunto.
¡¡¡18 años!!! y la bata abierta. He salido a mi rellano como quien no quiere la cosa...y me he encontrado con la abuela de mi vecino (101 años) con la bata abierta. Despues de esa vision esta noche trabajare mucho, porque no creo que pueda dormir.
Beso Vettriano

Toñi dijo...

Parece que te has concentrado sólo en un deseo (la bata abierta). La próxima vez habrá más suerte.
En fin, un cuento gamberro para festejar la navidad.
Gracias por leerme.

jorge dijo...

¡Ah no! me defiendo...tambien me fije en el gorro de papa noel con las lucecitas.
Me gustan los cuentos gamberros en cualquier epoca del año.
De nada, leerte es un placer que se esta convirtiendo en cotidiano. Mientras no moleste entrare a leer tu ultima entrada (los dos poemas y los cuadros de Vettriano que me he encontrado hoy me han encantado) y repasare las antiguas.
beso a la defensiva

Anónimo dijo...

Tras la cena de anoche (Noche Buena)y el próximo asalto a la comida (de Navidad) necesitaba algo ligero, bueno y divertido. Y mira por donde, me he ido a lo seguro y me todo con esta perla de hace ¡3 años! jajajaj, buenísimo. A ver si desmitificamos en los niños, y del mismo modo que en verano cazan salamanquesas con tirachinas, en navidad les da por cepillarse a los colgaos de los papanoeles. Un abrazote y GRACIAS
Elías (no me deja firmar con mi gmail)

Diente de león タンポポ dijo...

Jajajaja, Elías, la verdad es que mira que era heavy ... en fin, de vez en cuando la sobredosis de gambas y sidra da estos efectos secundarios.

Gracias a tí por entrar por aquí.

Y feliz navidad (ho - ho - ho )

Marya jesús dijo...

Toñi, que divertido tu cuento, jejeje, gracias por el buen rato que he pasado con la lectura. Genial. Un beso muy grande y feliz año nuevo guapa!!!

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