Las compró en una tienda de baratijas que había enfrente de la playa. Unas chanclas del número 40 para una chica de 17 años. No era su costumbre ir sola a la playa, menos saltarse las clases, pero esa mañana de abril decidió que era una lástima desaprovechar un sol tan bueno en una aburrida clase de universidad. En vez de sus libros y cuadernos, echó en la mochila una toalla y un frasco de bronceador. Pero olvidó las playeras, por eso compró aquellas, baratas, anodinas, unas chanclas que no se hubiera comprado en otras circunstancias. El bikini, blanco con lunares rojos, lo llevaba debajo de la ropa. Se sentía contenta mientras esperaba el autobús y pensaba que estudiar en Valencia era una suerte.
No le gustaba quedarse en primera línea, así que extendió la toalla en una parte alejada y tranquila, protegida por unas rocas. Se quitó el sujetador y se echó la crema y se tumbó a tomar el sol escuchando música en su mp3. Se quedó dormida y soñó que era una sirena y que en sus largos cabellos se enredaban las algas. Se despertó sobresaltada. Tenía sed. Se puso las chanclas y el sujetador y sobre él una camiseta larga que parecía un vestido corto y se dirigió a la misma tienda donde había estado antes. Compró un bote de coca-cola y se lo fue bebiendo por el camino hasta su toalla. Después decidió ir a nadar, así que caminó descalza por la arena hasta la orilla, pero a medio camino se volvió para ponerse las chanclas: la arena quemaba sus delicados pies. Se descalzó en la orilla, justo en ese punto en el que la arena está húmeda, pero no mojada. Dejó allí las chanclas y encima, para que no se manchara de arena, la parte de arriba del bikini. Y entró en el mar; el agua estaba fresca, fresca y clara, tan transparente que podía ver el fondo: bancos de peces casi invisibles y sus pies evitando pisar las viscosas algas.
Pasó una hora y un golpe de aire arrastró el bikini un poco más allá de las chanclas. Nadie lo advirtió porque no había nadie. Eran las dos de la tarde, hacía demasiado calor para ser abril y los pocos que habían ido por la mañana seguramente estarían comiendo en sus casas. Pasaron las horas hasta que el horizonte se volvió malva y el azul del mar se oscureció. Después subió la marea; las olas empezaron a exigir nuevo espacio a la arena, mientras que arrastraban pequeños tesoros mar adentro. También las chanclas fueron atraídas por las olas. Primero se quedaron flotando, en la orilla. Después desaparecieron.
Se decía que aquella playa era peligrosa, que tenía fuertes corrientes y era necesario bañarse con precaución. Claro que a veces la gente es demasiado alarmista; se dicen muchas cosas. Una chica fuerte y buena nadadora no tenía por qué tenerle miedo al mar. Además, aquel día extraordinario se había cumplido su sueño: la hermosa chica se había transformado en sirena y sus cabellos se enredaban entre las algas.
Al día siguiente apareció un cuerpo sin alma flotando en otra playa, bastante más lejos de donde ella había estado.
Más tarde, el mar rechazó aquellas chanclas. Se obstinaban en permanecer juntas, esperando a su recién estrenada propietaria, que nunca las volvería a llevar. Y ¿para qué? Después de todo, las sirenas no necesitan calzado; además, a ella no le gustaban especialmente. Sólo las había comprado, para salir del paso, en una pequeña tienda, enfrente de la playa.
12 comentarios:
¡Qué bueno Toñi! Me encanta tu cuento. Está contando de una manera sencilla y limpia, y el final me parece perfecto. El otro día me dijiste que te había inspirado algo que viste en la playa... ¿es real tan desgraciada historia? Espero que en este caso la ficción haya superado a la realidad, a pesar de lo hermoso que sería convertirse en sirena.
Un beso y esta tarde nos vemos para tener el placer de oírtela de viva voz.
Gracias, Teresa. Me animas mucho, sobre todo después de que no se me ocurría nada...
Lo que ví en la playa era otro cuento que al final lo voy a tirar a la basura: una pareja que está bien, llegan a la playa contentos y retozones pero luego alguien dice algo, se enfadan y la cosa acaba como el rosario de la aurora. Pero esta mañana no sé qué me ha pasado; la historia ha salido casi sola, de un tirón. Y menos mal que ha cambiado el tema, porque si salgo con la pareja de novios que tenía en la bodega, me tirais las chanclas a la cabeza.
Un besito y nos vemos esta tarde.
Un relato redondo, Toñi ;-)
bss
Un escrito estupendo.
Con esa facilidad que tienes para narrar y que "veamos" lo que cuentas.
¿Me podrias decir la direccion de las sirenas de tu imagen? Quizas me deje caer para hacerles una visita.
¡¡Ah!! ¿Que tambien habia una imagen de chanclas? Pues no me di cuenta.
Jorge:
Cualquier lugar del mar Mediterráneo. Cuando pasees por Casteldefels mira bien, no sea que alguna asome su cabeza (o cola) por allí.
Pero cuidadín, que las sirenas no tienen precisamente buena fama... como la mayoría de las mujeres
Jorge:
¿Cómo que no has visto las chanclas??????????????
Yo no sé qué os pasa a los hombres, que os distraeis con cualquier cosa!!!!!!
Gracias, Antonio.
Una de las pocas ocasiones en que una historia parece que sale sola, aunque el final un poco trágico.
¿Iría bien este relato para mandarlo a la Bella Quiteria?
Para nada Toñi, en la playa de Castelldefels "esas" sirenas no estan.
Siempre me han encantado las personas con mala fama.
He vuelto a mirar, no he visto chanclas por ningun lado.
Me he fijado que para el tamaño que tiene las dulces sirenitas podian haber evitado el top.
Es que en el fondo son más tímidas de lo que parecen ... aunque la fama sigue siendo la misma, mala malísima.
Es una excelente combinacion; ir de timida, se mala, malisima.
Excelente, sí, porque al contrario sería un chasco...
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