lunes, 1 de diciembre de 2008

Las chanclas de Teresa



Este cuento ya lo publiqué en el blog, más o menos por el mes de junio. Pero cuando lo publicaron en la Voz en el verano pasado le cambié el final por otro más amable. Como lo he metido en el blog de escritores (y he estado trasteando con las fotos), he decidido dejarlo por aquí también.


He añadido fotos nuevas (seguro que la sirena no pasará inadvertida a los chicos). Las sirenas de aquella vez también causaron estragos, ¿verdad, Jorge?. Todo lo contrario que mi foto de la Voz... ¿habeis visto qué cara de tontaina he sacado? Pues sí, soy un hacha enviando fotos a las revistas.

A ver si esta historia nos acerca un poco el largo, cálido y lejano verano. Espero que os guste el cambio.

El enlace al blog de escritores:

Las chanclas de Teresa

Las compró en una tienda de baratijas que había enfrente de la playa. Unas chanclas del número 41 para una chica de 17 años. No era su costumbre ir sola a la playa, pero esa mañana de julio decidió que era una lástima pasarse todo el día estudiando en la biblioteca. Y sin decirle nada a nadie, cambió los libros y cuadernos por la toalla y el bronceador.
Pero olvidó las playeras, por eso compró aquellas, a rayas azul marino y blancas, que no le gustaban demasiado. El bikini, blanco con lunares rojos, lo llevaba debajo de la ropa. Se sentía contenta y audaz mientras esperaba el autobús y pensaba que era una suerte vivir en una ciudad con mar, aunque aquel verano había suspendido tres asignaturas y tenía que preparar sus exámenes.


Llegó a la playa y extendió su toalla en una parte alejada y tranquila, protegida del bullicio por unas rocas. Se quitó el sujetador y se echó crema. Después se puso los cascos de su mp4 y se tumbó a tomar el sol. Se quedó dormida y soñó que era una sirena y en sus cabellos se enredaban las estrellas de mar. Una de ellas no quería desprenderse de sus dedos, haciéndole cosquillas. Se despertó sobresaltada y decidió ir a nadar, así que caminó descalza hasta el agua, pero a medio camino tuvo que regresar para ponerse sus chanclas: la arena le quemaba demasiado la planta de los pies.
Se descalzó en la orilla, justo en ese punto en el que la arena está húmeda pero no mojada. Dejó allí las chanclas y entró en el mar. El agua estaba fresca, tan clara y transparente que podía ver en el fondo bancos de peces casi invisibles y viscosas algas que evitaba pisar.
Pasó una hora. El viento, como un gato travieso, empezó a dar zarpazos de arena a las chanclas, que permanecían fieles esperando a su dueña. Pasaron más horas y el horizonte se volvió malva y el azul del mar se oscureció como un enorme párpado en el rostro de la noche. Después subió la marea y las olas empezaron a exigir tesoros a la tierra. Así, las chanclas fueron atraídas por las olas. Primero se quedaron flotando en la orilla. Después desaparecieron.
Se decía que aquella playa era peligrosa. Que tenía fuertes corrientes, como ríos que siguieran cauces misteriosos dentro del mar. Era necesario bañarse con precaución. Decían ..., no, prefiero no contar nada más, porque a veces la gente dice muchas cosas, quizás sin mala intención. Además, una chica joven y buena nadadora no tenía por qué tenerle miedo al mar.
Aquel día ella había cumplido su sueño: era una sirena y en sus cabellos se enredaban las estrellas y las algas.



Mi sobrina Teresa (ocho años, ojos de color caramelo y una insana pasión por escuchar historias) me mira con tristeza.
—¿Qué pasó con las chanclas?
—Después de viajar de aquí para allá por la superficie del agua, el mar las rechazó. Se obstinaban en permanecer juntas, esperando a su recién estrenada propietaria. Aunque las sirenas no necesitan calzado. Y a ella no le gustaban especialmente. Sólo las había comprado para salir del paso en una pequeña tienda enfrente de la playa.
—¿Y la chica? —Teresa está a punto de llorar, pero, antes de que pueda responderle, la vemos salir del agua. Largas piernas, pies grandes, bikini blanco con topos rojos y una estrella de mar brillante enredada en su cabello. Se pone las chanclas haciendo un guiño a mi sobrina y, caminando despacio, se pierde entre las rocas.
—¿Quieres un helado de fresa? —le pregunto, pero ya sé que me va a decir que sí.


Toñi Sánchez Verdejo
Albacete, 10 de junio de 2008

2 comentarios:

jorge dijo...

eres muy buena cuentista.

pd: ¿tienes el nº de la sirena?

Toñi dijo...

Desgraciadamente las sirenas no gastan móvil...

así que tendrás que conformarte con pensar que algún día puede salir del mar y darte ella misma el recado.

Un beso.

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