En el lejano país del que vengo, existe la leyenda de que en cien años una muchacha del pueblo llano, que proceda de una familia normal sin tener por qué ser de noble linaje, que estudie su carrera y se case y más tarde se divorcie si así lo desea, algún día obtendrá el amor de un príncipe verdadero.
Para ello, no necesitará zapatillas de cristal, ni manzanas envenenadas, ni siquiera una trasnochada hada madrina. Sólo presentar el telediario en esa hora tonta en la que algún príncipe, aburrido y cansado de su solitaria vida, haga zapping desde el cómodo sillón de su fastuoso palacio
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