miércoles, 23 de enero de 2008
El gato rojo (Aries)
"El gato rojo"
por Toñi Sánchez Verdejo
El mundo parece no existir en la hora oscura que precede a la aurora hasta que, antes de que el caos se imponga definitivamente, se suspende el tiempo en un instante y desde el horizonte se abre el arco de la mañana; primero un hilo, después un hilván de luz que va tejiendo el escenario de un nuevo día. Con su primer rayo el sol enciende el cielo de rosas y violetas; los pájaros se despiertan y los párpados de los que aún duermen se abrirán muy pronto, más de lo que ellos desean.
En un portal de la calle en penumbra, al abrigo del relente de la noche, un gato dormita. Está totalmente replegado en sí mismo, la cabeza escondida en el suave manto de color fuego, las patas delanteras enlazadas con las traseras. Tiene los ojos cerrados, no, abiertos ahora que muestran su color rojizo, semejante al hierro. Se despereza el felino describiendo un arco imposible; bosteza, estirando su cuerpo lentamente. Mira a su alrededor, donde todo son pisadas rápidas de madrugadores que van al trabajo, y sonríe con satisfacción, agradeciendo el aire fresco de la mañana.
La luz devuelve las formas reales. Se apagan las farolas, se abren los comercios y los coches cambian de lugar, dejando huecos que otros coches ocupan; la vida ya ha inundado la calle.
El gato vive en el antiguo barrio de una ciudad pequeña, cerca de la plaza del mercado cuyos puestos, abiertos durante el día, explora con curiosidad siempre en busca de diversión o comida. Para el gato es indiferente el color de las flores, las balanzas donde se pesan las mercancías, las especias cuyo olor puede resultar sofocante. El gato busca una carnicería donde alguien que ama los gatos deposita para él unos despojos, carne que le alimenta y él agradece arqueando el lomo, permitiendo que, por unos instantes, una mano humana lo acaricie. Con delicadeza toma la comida entre sus afilados dientes y sube al tejado de una casa vieja, donde come tranquilamente, mirando con osadía al abismo del mercado y los desconocidos.
Es difícil localizar al gato, camuflado entre las tejas, durmiendo bajo el sol del mediodía, todavía amable en la primavera de abril. Después perseguirá a los pájaros y los despistados ratones que han ido a buscar también su comida al mercado.
Hay quienes opinan que un gato tan sólo es un gato, un animal insignificante; son los que le tiran piedras cuando lo ven o tratan de darle una patada antes de que se esconda entre los coches. Pero otros piensan que este gato es un ser libre: sin miedo afronta lo que le traen los días, sin otro dolor que el hambre o el frío en invierno. Cada momento para el gato es presente y por ser dueño de sí mismo paga su precio, pero luego no acude a ninguna llamada cuando lo buscan y desdeña tanto la admiración de unos como el desprecio de otros con la misma indiferencia.
Todo el año para él es una rueda de días y noches con sus avatares más o menos previsibles pero, cuando llega enero... ¡ah, esas noches! Escarchan el corazón de otros animales, pero a él lo cubren de una extraña impaciencia y empieza a marcar su territorio con puntualidad y método: aceras, neumáticos, portales, esquinas, lugares donde nadie buscaría un pendiente perdido quedan impregnados de su presencia. Y después vienen los gritos, las peleas, el eterno cortejo de los gatos vencedores hasta que la próxima estación lo trae multiplicado en pequeños jirones de gato, similares a él, caleidoscopio de sangre y genes heredados con la promesa de la inmortalidad. Y vuelve a la vida más joven, más fuerte y más embriagado de su belleza, misterioso milagro del héroe en la ciudad que lo acoge tras la prueba pasada.
No tiene hogar este gato. Vive a la intemperie, entre las estrellas y el suelo. No tiene dueño, tampoco. Exhibe su libertad desnuda porque es lo único que le pertenece y está orgulloso de que sea así.
Pero sí tiene un nombre, un nombre que lo rescata de la sombra gris del olvido, esa que engulle con su indiferencia todo lo que toca. Alguien que todos los días lo observa le llama: “el gato rojo” y cuando se encuentran se miran de igual a igual y sólo si su generosidad lo permite, se deja acariciar un instante, tan solo un momento para recordarle, con un maullido largo, que la vida no se detiene.
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4 comentarios:
Para mí, uno de los mejores relatos que has escrito, Toñi. Te felicito sinceramente.
Gracias por tu comentario, Antonio. Me anima mucho, porque este relato lo tenía guardado mucho, muuuuucho tiempo.
Si fuera vino de diente de león, sería un león-dinosaurio.
Quería escribir un cuento con un gato por cada signo del zodiaco. Éste es Aries. Además, es un gato que existió. Todos los días lo veía por la Plaza de las Carretas, en la época que vivía por allí. Era un gato muy parecido al de la foto; siempre me han fascinado los gatos rojos, un poco atigrados y libres.
Un beso. Toñi
Me gusta mucho tu cuento Toñi. Alguna vez me habías hablado de tu proyecto sobre los gatos, aunque no conocía el cuento. Es un cuento muy dulce, sazonado con una pizca de canalla gatuna. Anímate a continuar con la idea, estoy segura de que va a merecer la pena. Un beso.
Hola Teresa!! Gracias por leer el cuento. Sí, este es el proyecto con el que alguna vez os he dado la lata... los gatos zodiacales. Tengo algunos más o menos esbozados, pero no todos y no sé si al final tanto gato cansa.
Un beso y hasta la tarde.
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