martes, 1 de septiembre de 2015

"Al fondo del pasillo", en la BPE de Albacete


Al inicio de este verano que ya termina, presenté un relato en la BPE de Albacete, para su edición de "Relatos de verano 2015". En él están unidos mi amor por los libros, la biblioteca y mi autor favorito, Ray  Bradbury.

Espero que este cóctel deje un poso amable en quien lo lea.

En la página del Facebook de la Biblioteca: Al fondo del pasillo

***

  "Hay peores cosas que quemar libros, una de ellas es no leerlos." Ray Bradbury

AL FONDO DEL PASILLO

Por Toñi Sánchez Verdejo

Como soy mala estudiante, todos los veranos me toca recuperar alguna asignatura en los exámenes de septiembre. Y como en casa me distraigo con una mosca, voy a estudiar a la biblioteca. Allí paso tres o cuatro horas seguidas sentada, intentando centrarme en apuntes, pero acabo abusando del whasap y hablando con los que tengo a mi alrededor. Cuando se acaba la batería del móvil y los demás no me hacen caso, me dedico a observar a la gente. Los que entran, los que salen, los que estudian subrayando los apuntes como si les fuera la vida en ello, los que dejan la carpeta y se marchan a comer pipas a la calle y no vuelven a aparecer.Pero los más interesantes son los bibliotecarios. Rodeados de libros, atienden a la gente con amabilidad. Te ayudan a encontrar libros, te dan un papel con la clave del WIFI, te asignan un ordenador para una breve consulta... Normalmente actúan como si no nos vieran a los de las mesas, pero cuando el parloteo se hace más y más intenso, nos miran con expresión enojada y nos chistan. El silencio se impone. Un silencio que reclama ser ocupado con palabras, aunque de momento nadie se atreva a abrir la boca. Pasado un tiempo, el murmullo vuelve como las abejas a las flores y entre zumbidos y chistidos, pasa la mañana.De vez en cuando salen de la sala cargados con montones de libros. Yo me imagino que hay un ogro lector, en otra sala, que los reclama, con su babero de lector voraz alrededor del cuello gritándoles: “Más, más libros”. Algunas veces entran con otros libros diferentes, que van clasificando en estanterías, siguiendo ese código de números y letras que sólo ellos entienden. Los bibliotecarios siempre están haciendo algo y verlos trabajar me relaja, aunque yo no dé ni palo al agua.

Así eran mis mañanas hasta que un día vi salir a una bibliotecaria de un lugar en el que nunca me había fijado. En la puerta ponía “Prohibida la entrada. Sólo personal autorizado”. Puse la mano en el pomo y la puerta cedió. Qué oportunidad para aliviar mi aburrimiento y saciar mi curiosidad, pensé (en realidad, lo que me dije fue: “vaya, vaya…”), así que miré a ambos lados, giré el pomo y entré rápidamente. La puerta daba a un estrecho pasillo, oscuro y largo, que olía a papel quemado. Al fondo se veía luz amarillenta como la del atardecer. Vacilé mientras caminaba, maquinando la excusa que daría si encontraba a alguien allí, pero cuando llegué al final del pasillo, mis ojos se abrieron con asombro y ya no pensé en nada. Me encontraba ante una biblioteca antigua, enorme y atiborrada de libros, cuyas paredes ascendían hacia el infinito. En lo que podía ser el techo se adivinaba una claraboya con luz solar. Los libros estaban colocados en estanterías de madera carcomida y, por extraño que parezca, algunos flotaban en la densa atmósfera, como mariposas o fantasmas, unos cerrados y otros mostrando sus hojas. Cogí uno de aquellos libros. No pesaba apenas y las letras se encontraban desdibujadas, sin permitirme leer el título o saber qué libro era.

- Tú no deberías estar aquí, - me dijo alguien, tocando mi hombro y dándome un susto de muerte – pero me caes bien. Hace tiempo que te conozco.

Me volví con estupor y vi a a una mujer con aspecto desagradable, alta y huesuda. Se parecía vagamente a una portera que había en la casa de mis abuelos y que murió hace unos años. Su rostro no expresaba nada. Sus ojos eran fríos y casi transparentes y me miraban sin interés.

- Soy Ignorancia ¿me reconoces? Nos hemos visto muchas veces a lo largo de tu vida. Hace un momento, cuando no has querido seguir estudiando, estaba contigo. Suelo acompañarte, aunque no te des cuenta, cuando pierdes el tiempo en la biblioteca ajena a toda la sabiduría que encierran sus libros. Suspendes todos los años, no te gusta leer y desprecias la cultura. ¡Eres perfecta para mí!

Me sentí incapaz de decir una palabra. Detrás de ella se asomaba con timidez un pequeño ser con aspecto triste. Sus ojeras y su mirada perdida daban lástima. Alargó el cuello, como una tortuga, para mirarme.

- Él es Olvido. No siempre vamos juntos, pero es de gran ayuda, pues gracias a él se hace más grande mi casa.

- ¿Esta es tu casa?, le pregunté, balbuceando.

- Bueno, es una de mis casas. Aquí se guardan los libros que nadie lee. Los libros que la gente ha dejado de sacar de las bibliotecas. Por un tiempo, mantienen su dignidad, su forma de libro. Pero luego sus páginas se van llenando de polvo, la luz los quema y se van haciendo cada vez más etéreos hasta que desaparecen.

El libro que tenía en mis manos me pareció un poco más pesado. Inesperadamente, pude leer el título: “Farenheit 451”. Del autor sólo se veía el nombre de pila: Ray. Sentí ganas de abrirlo y leer unas palabras, pero éste empezó a desvanecerse, porque Ignorancia había puesto su mirada sobre él.

- Es una fiesta cuando un libro como ése empieza a flotar. Déjalo libre. Observa su vuelo, cada vez más liviano. Su autor ha muerto ya y este no tardará en desaparecer ¿verdad, Olvido?

Su carcajada era horrible. El pobre personaje tembló y mientras se escondía detrás de la mujer, yo aproveché para huir por el largo pasillo. Rogué para que la puerta estuviera abierta. Lo estaba. Entré resoplando en la sala fresca que hacía un rato había abandonado.

- ¿Es que no sabes leer? ¿Qué hacías ahí dentro?

Me había pillado nada menos que el director de la biblioteca. Sus palabras sonaban más como reprimenda que como pregunta, así que huí diciendo que me había equivocado de puerta. Mi corazón latía tan rápido … Bajé al hall, saqué una coca cola de la máquina y mientras bebía, traté de buscar un sentido a todo aquello. Cuando recuperé la calma, me dirigí a la sala de préstamo.

- Busco un libro que se titula algo así como “Farenheit” y unos números, pero no recuerdo el autor.

La chica miró en la base de datos y al final lo localizó:

- “Farenheit 451”, de Ray Bradbury. Está en el depósito. Voy a buscártelo.

Yo temí que se dirigiera a “la puerta”, pero ella simplemente hizo una llamada y por el montacargas llegó el libro. Era el mismo que había visto en la extraña biblioteca. O quizás no, pero sentí alivio al abrirlo y leer la primera frase: “Constituía un placer especial ver las cosas consumidas, ver los objetos ennegrecidos y cambiados...” Este no va a desaparecer hoy, me dije.

Desde aquel día, sigo pasando mucho tiempo en la biblioteca. El curso avanza rápidamente, así que hay que aprovechar el tiempo: me centro en el estudio y si alguien habla cerca de mí no le hago caso. De vez en cuando saco algún libro. He descubierto que me gusta la lectura. Leo novelas de ciencia ficción y también, algunas veces, de poesía.

En cuanto a mi experiencia al fondo del pasillo, cuando se la conté a mis amigas, no me tomaron en serio. Y también me dijeron que tengo mucha imaginación. No me cree nadie, así que he decidido contar mi historia como si fuera un relato de verano porque debéis saber que los libros que no se leen se guardan en una enorme biblioteca, al fondo del pasillo y, cuando pasa un tiempo, desaparecen.

No recuerdo muy bien dónde estaba aquella puerta; quizás hayan hecho cambios en la sala o hay un cartel encima de ella. El caso es que no la encuentro y no me preocupa en absoluto. Lo que sí me importa es transmitiros este mensaje: por favor, leed todos los libros que podáis. No vamos a dejar que Ignorancia y Olvido se salgan con la suya ¿verdad? Y en definitiva, leer es un placer.

 

 

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