Después de una mañana de trabajo, hemos paseado por la ciudad imperial en una tarde de calima, excepcional en este abril tan frío. Las tiendas ofrecen los artículos típicos toledanos, como espadas, cerámica, postales y cachivaches varios. Y por donde quiera que mire, la omnipresente imagen de Don Quijote que ya a estas alturas empalaga y satura.
Por calles estrechas y llenas de encanto llegamos hasta la Catedral, una maravilla gótica de piedra blanca. Nos hacemos fotografías frente a la puerta de los Leones y seguimos nuestro paseo sin rumbo.
sobre un escalón
dos japoneses
consultando un mapa
Al mirar un escaparate con armaduras y espadas encuentro el reflejo de la torre de la Catedral. Me gusta el contraste del metal y la piedra, ambos integrados y representando a la ciudad eterna; en el conjunto desentona, como elemento extraño, la grúa de alguna obra: algo se restaura, algo se construye (o reconstruye). El tiempo pide cambios y sin embargo...
tienda de lámparas -
no puedo entretenerme:
les hago fotos
Llegamos a una bifurcación de caminos donde me llama la atención un perro atado en la puerta de una tienda de artesanía. Uno de esos de grandes orejas y con el cuerpo alargado. El perro está tranquilo, echado sobre el asfalto y hace gala de esa eterna paciencia de los animales que saben esperar. Me gustaría acariciarlo y con ese gesto, acariciar a toda la ciudad de Toledo, de la que ya me estoy despidiendo. Tomamos el camino de la izquierda, que nos conduce a la plaza de Zocodover, y de allí, al parking.
sabor a almendra
y dedos pegajosos
¡el mazapán!
2 comentarios:
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¡Que me derrito!, mi querida ciudad, cuántos suspiros me ha provocado este post, gracias.
Muchos besos
Ro
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