Admito que mi esposa es fea, pero gracias a mi matrimonio con ella pude dejar una triste pasantía entre legajos polvorientos y formar parte del prestigioso bufete de Don Marcelino, mi suegro.
De sus siete hijas sólo queda una soltera, pero será por poco tiempo porque este fin de semana se inicia una nueva cacería: la celebración de su puesta de largo. Entre los invitados seguramente habrá una buena remesa de jóvenes abogados a los que Purita, mi cuñada, mirará con ojos tiernos. El valiente pichón que cobre esa pieza tendrá el privilegio de engrosar el “bufete de los yernos”, que es como nos llaman a los asociados de Don Marcelino.
Huelga decir que todas y cada una de las hijas de don Marcelino son más feas que el demonio... pero, en fin, todo el mundo sabe que lo que importa es el interior.
Huelga decir que todas y cada una de las hijas de don Marcelino son más feas que el demonio... pero, en fin, todo el mundo sabe que lo que importa es el interior.
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