Estaban acostados, pero ninguno de los dos dormía. Como siempre, habían discutido. Era así con demasiada frecuencia. Ella acababa amenazando con el suicidio mientras que él fumaba, como si no la escuchara, con los ojos cerrados. La voz histérica de la mujer contrastaba con el obstinado silencio del marido.
Él la imaginaba lejos cuando empezaban los gritos y los portazos. Ya no le conmovían las escenas ni las lágrimas. Incluso deseaba que hiciera algo de lo que decía, como huir a media noche y no volver nunca más. Pero cuando ella se acostaba y se quedaba, al fin, callada, él recordaba que era hermosa y el deseo lo acercaba a ella.
Entonces, en la penumbra verde del amanecer, se iniciaba un nuevo rito: él rozaba su hombro, ella lo rechazaba con brusquedad. Y así, poco a poco, aplacando resistencias y rencores, luchando como arañas en un bocal, terminaban venciéndose mutuamente a falta de un punto medio que los reconciliara.
Pero en aquella ocasión, la última, fue distinto. Mientras hacían el amor sucedió que ella se hundió para siempre en las aguas del Sena. Y él lo supo mucho más tarde, cuando, al tocar la fría cara de su mujer, descubrió que estaba mojada.
Él la imaginaba lejos cuando empezaban los gritos y los portazos. Ya no le conmovían las escenas ni las lágrimas. Incluso deseaba que hiciera algo de lo que decía, como huir a media noche y no volver nunca más. Pero cuando ella se acostaba y se quedaba, al fin, callada, él recordaba que era hermosa y el deseo lo acercaba a ella.
Entonces, en la penumbra verde del amanecer, se iniciaba un nuevo rito: él rozaba su hombro, ella lo rechazaba con brusquedad. Y así, poco a poco, aplacando resistencias y rencores, luchando como arañas en un bocal, terminaban venciéndose mutuamente a falta de un punto medio que los reconciliara.
Pero en aquella ocasión, la última, fue distinto. Mientras hacían el amor sucedió que ella se hundió para siempre en las aguas del Sena. Y él lo supo mucho más tarde, cuando, al tocar la fría cara de su mujer, descubrió que estaba mojada.
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