jueves, 15 de noviembre de 2007

AGOSTO 18 MIÉRCOLES











AGOSTO 18 MIÉRCOLES
por Toñi Sánchez Verdejo


La mañana de aquel miércoles hubiera sido tediosa, como todas las de agosto, de no ser por la aparición de un hombre que caminaba por la misma acera que yo. El hombre me miraba fijamente mientras se dirigía hacia mí con paso lento e inexorable, como el del tiempo, su boca curvada en una sonrisa enigmática, o más bien solidaria, lo cual es comprensible si tenemos en cuenta que sólo él y yo estábamos en la calle a pleno sol en un árido mediodía de agosto. Pensé que me iba a pedir algo y por puro instinto de conservación me puse la mano sobre la cartera.

- Perdone ¿es usted de aquí? –, me preguntó tras su sonrisa simiesca. Y, sin darme tiempo a responderle, siguió hablando: - Acabo de llegar a este lugar y estoy buscando un sitio donde comer.
- ¿Qué le gusta a usted? – le pregunté con cortesía.
- Me gusta el vino y las mujeres. – me respondió sin inmutarse.
- Pues en cuanto a mujeres, ni lo sueñe. La única que conozco es Mari Puri y ya está comprometida. Pero si quiere vino, bueno y en abundancia, le recomiendo un restaurante donde yo como habitualmente y está a sólo unos metros de aquí.

Recibió mis palabras con satisfacción. Era un hombre alto, delgado, seco de carnes y con la piel azulada. Tenía el rostro demacrado y en sus ojos oscuros brillaba la mirada perdida de quien está habituado a los grandes espacios deshabitados. Vestía un traje plateado pasado de moda, demasiado holgado para su talle; no obstante, lo llevaba con dignidad. Su figura era un tanto grotesca pero él me inspiraba confianza. Tras indicarle el camino, me dijo:

- ¿Le importaría comer conmigo? La verdad, hoy no tengo ánimos para comer solo y usted me parece un tipo simpático.
- Pues antes tendría que consultar mi agenda. – le contesté, sacando del bolsillo la agenda electrónica que me había regalado Mari Puri, mi eterna novia. Me gustaba mostrarla a la menor ocasión para presumir de mi poderío informático: móvil, agenda, cámara de fotos y navaja (sí, incluso navaja), todo en uno ¿alguien da más?. Después de manipular los botones sin ningún resultado (y otra cosa hubiera sido un milagro, porque no tengo ni idea de cómo se manejan los aparatos éstos), él mismo la cogió, “¿Me permite?” y con soltura marcó el icono correcto, el menú correcto, el submenú correcto hasta que apareció la página web vía satélite de la semana en curso con todas mis citas y tareas pendientes. A saber: lunes, vacío. Martes, vacío. Miércoles, vacío.

- ¿Qué día es hoy, a propósito?

- Agosto 18 miércoles.

- Pues no tengo ninguna cita programada. Nos vamos.

Estaba seguro de que le había impresionado porque se quedó un rato mirándome sin articular palabra. Luego volvió en sí y me dijo:

- Estoy contento de que se venga conmigo. ¿Cómo se llama?

Le contesté con mi nombre, recibiendo a mi vez el suyo, con el siguiente veredicto: impronunciable. Después de un curso acelerado de fonética extranjera con resultados decepcionantes, resolví llamarlo Sr. Extraño. Se lo dije. Le pareció bien.

- Yo, por mi parte, he decidido llamarle a usted Sr. Paleto.

Lo acepté con un “¡Bien!” dicho con la boca pequeña y por no hacer preguntas indiscretas me mordí la lengua.

- Sr. Paleto, encantado de conocerle.
- Sr. Extraño, lo mismo digo.

Estrechamos nuestras manos (la suya parecía hielo) y caminamos bajo un sol abrasador.

Llegamos al restaurante y sólo quedaba una mesa que al estar situada junto a un ventanal sin cortinas debía de gozar de las más altas temperaturas. El camarero se disculpó, pero el Sr. Extraño se mostró encantado. Por lo demás, el local estaba a 23 grados, según comprobé en el control del aire acondicionado que bajé a 19 a fin de que todos se solidarizaran con nuestra causa. Nos sentamos en la mesa, uno frente al otro, y pedimos vino y los platos recomendados por el maître, un menú por siete mil euros bastante aceptable (al Sr. Extraño le pareció un tanto caro, pero entre el maître y yo le explicamos que la comida que se servía en este lugar era de diseño). Escanciado el vino en grandes copas el Sr. Extraño dijo:

- Propongo un brindis por la fraternidad y la solidaridad entre los pueblos.

Con cierto reparo miré a mi alrededor. Yo iba a menudo allí y no quería que cualquiera escuchara estas tonterías y se lo fuera a contar a mi Mari Puri. Brindé con él, tras verificar que nadie nos miraba. Después de algunas frases de compromiso y varios brindis muy emotivos (más cuanto mayor era la ingesta de alcohol) mantuvimos la siguiente conversación:

SR EXTRAÑO: ¿A qué se dedica usted?
SR. PALETO: Pues verá, soy Ingeniero Apócrifo de Fachadas, Arquetas y Canaletas. Mi trabajo consiste en arreglar los desperfectos que causan las inclemencias metereológicas y humanas: cables que cuelgan de las fachadas, arquetas que hacen ruido porque están mal ajustadas, ya sabe, esas pequeñas cosas que pueden resultar molestas. Una vez detectado el problema, aplico cuatro gotas de un poderoso pegamento y todo va como la seda.
SR. EXTRAÑO: Debe ser un trabajo muy interesante.
SR. PALETO: No lo crea. Es pegajoso en la mayoría de los casos. Y ¿qué hace usted?
SR. EXTRAÑO: Yo soy ingeniero Astronaútico de Tecnologías Interestelares. Mi misión principal es hacer viajes espaciales.
SR. PALETO: Ese sí que debe ser un trabajo interesante.
SR EXTRAÑO: ¡Qué va!. Estoy aburrido de visitar tantas galaxias que hay en el Universo. ¿Usted no sabe que hay otros mundos?
SR PALETO: Sí, pero están en éste. Si usted conociera a mis compañeros de trabajo se sorprendería.
SR, EXTRAÑO: No, si yo me refiero a otros planetas. El Universo está plagado de planetas con vidas similares a las nuestras, si no paralelas, que hacen las mismas cosas en un mundo sólo diferente en algunos matices.
SR. PALETO: Mire, esto que me está contando es muy interesante, pero nos acaban de traer los huevos con patatas fritas que hemos pedido y yo tengo un hambre que no veo.
SR. EXTRAÑO: ¿Esto son huevos con patatas fritas? ¿Dónde están los huevos? ¿Dónde las patatas?.
SR. PALETO: Ya le dije que aquí todo era muy moderno. ¡Usted a comer y a callar!.

Y tras estas poderosas razones cada uno nos aplicamos a nuestro plato. Acabado éste, el Sr. Extraño me dijo, mirándome con gravedad:

- ¿Sabe usted que esa estrella brillante que llaman Sol dentro de treinta y cinco mil años absorberá por entero este planeta?

Yo me quedé mirándolo de hito en hito. Luego miré la botella de vino. La ví medio vacía, y no es que fuera pesimista, es que le quedaba sólo un dedo de líquido. Dije lo único que se puede decir en estos casos:

- Camarero, otra de tinto. – y dirigiéndome al Sr. Extraño- Aunque pase eso que usted dice, para entonces ya nos habremos bebido varias de éstas ¿no?

El Sr. Extraño asintió y propuso un brindis por el sol “como fuente suprema de energía” (cito textualmente sus palabras, no me invento nada). “Este hombre debe de haber leído muchas novelas”, pensé. Después de apurar mi copa sentí que hacía más calor del que yo podía soportar. Le pregunté al camarero qué pasaba con el aire.

- No se lo va a creer, pero el proceso del aire se ha invertido y en vez de frío suelta aire caliente.
- Porque será una bomba de calor ¿no?
- Que va. Si aquí no tenemos bomba de calor. Esto es muy extraño.

Miré al aludido, que me devolvió una sonrisa beatífica. Recordé que él también había manipulado el mando del aire.

Después de unos cafés y un par de piedras de whisky en los que ambos nos mostramos silenciosos y pensativos, el Sr. Extraño me dijo:

- ¿Sabe qué le digo? Estoy cansado de viajar solo por el espacio. ¿No le gustaría venirse conmigo y vivir experiencias sorprendentes? Pasaríamos muy buenos ratos usted y yo.
- Pero ¿eso está bien pagado? – le pregunté, un tanto reticente.
- Bueno, no mucho, pero tiene sus compensaciones. Además, si vamos a algún planeta que no esté conquistado, será nuestro.
- ¿Y hay muchos de ésos? – quise saber, intrigado.
- Hasta ahora no he encontrado ninguno – respondió-, pero conozco a otros que sí lo han logrado.

Estas últimas palabras me animaron definitivamente. Resolví ir con él porque ¿qué podría perder? ¿Mi trabajo? Estaba harto de tanto pegamento (y sospecho que estaba empezando a crearme adicción, porque no podía pasar sin su penetrante olor) ¿Mi novia Mari Puri? Llevábamos veinte años de noviazgo; un amor cocido tan a fuego lento bien podía esperar otros veinte más. Y además cabía la posibilidad de volver rico de mi aventura espacial.

Le dije al Sr. Extraño que me iba con él.

- Pues vaya pagando la cuenta, mientras voy a buscar mi nave espacial.

¡Pues empezamos bien!. Desde el principio había tenido la corazonada de que mi bolsillo iba a sufrir un golpe de estado. En fin, todo sea por ser rey o virrey de alguno de esos nuevos mundos.

Antes de que abandonáramos el local le pregunté:

- No me ha dicho de dónde es usted.

Señalando el cielo con una mano y pasando el otro brazo por encima de mis hombros (lo cual me produjo un escalofrío), me respondió:

- Del planeta Tierra, en la Vía Láctea. Está a miles de millones de kilómetros luz de aquí. Un día de éstos iremos a que tome usted un tinto manchego como es debido. Ya verá, ya: ni punto de comparación con lo que tienen en este planeta.


FIN



Agosto, 18 miércoles de 2004

Publicado en el libro "22 ventanas abiertas" de la Biblioteca Pública del Estado en Albacete. Año 2005





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