martes, 6 de noviembre de 2007

Gloria Fuertes


Gloria Fuertes era una mujer peculiar. Recuerdo los programas infantiles en los que salía ella con su voz ronca y el pelo canoso, desde luego nada femenina ni físicamente agraciada, pero muy cálida, a veces brusca y sobre todo humana. Recuerdo sus versos llenos de ripios pero divertidos y algunos poemas para mayores que también daban risa en un primer momento para sacar reflexiones cuando uno está solo.
Hoy me he asomado un poco más a su poesía, a su profunda sensibilidad, y he leído unos cuantos poemas hermosos. No sé si estarán a la altura de lo que dictan hoy los poetas que dictan lo que se lleva o no en poesía, como los modistos dicen si este invierno está de moda el color violeta o las gabardinas, pero yo los leo y me gustan.



EN LOS BOSQUES DE PENNSYLVANIA

Cuando un árbol gigante se suicida,
harto de estar ya seco y no dar pájaros,
sin esperar al hombre que le tale,
sin esperar al viento,
lanza su última música sin hojas
—sinfónica explosión donde hubo nidos—,
crujen todos sus huecos de madera,
caen dos gotas de savia todavía
cuando estalla su tallo por el aire,
ruedan sus toneladas por el monte,
lloran los lobos y los ciervos tiemblan,
van a su encuentro las ardillas todas,
presintiendo que es algo de belleza que muere.


AUNQUE NOS MURIÉRAMOS AL MORIRNOS

Aunque no nos muriéramos al morirnos,
le va bien a ese trance la palabra: Muerte.
Muerte es que no nos miren los que amamos,

muerte es quedarse solo, mudo y quieto
y no poder gritar que sigues vivo.

EL DOLOR ENVEJECE MÁS QUE EL TIEMPO...

El dolor envejece más que el tiempo,
este dolor dolor que no se acaba,
y que te duele todo todo todo
sin dolerte en el cuerpo nada nada.
A tantos días de dolor se muere uno,

ni la vida se va, ni el corazón se para,
es el dolor acumulado el que,
cuando no lo soportas,
él te aplasta.
Mi accidente será un buen epitafio:

Cuando una calle bajo el sol cruzaba,
de dolor - o de amor - es lo mismo,
murió desbaratada.

LAS COSAS, NUESTRAS COSAS...

Las cosas, nuestras cosas,
les gustan que las quieran;
a mi mesa le gusta que yo apoye los codos,
a la silla le gusta que me siente en la silla,
a la puerta le gusta que la abra y la cierre
como al vino le gusta que lo compre y lo beba,
mi lápiz se deshace si lo cojo y escribo,
mi armario se estremece si lo abro y me asomo,
las sábanas son sábanas cuando me echo sobre ellas
y la cama se queja cuando yo me levanto.
¿Qué será de las cosas cuando el hombre se acabe?
Como perros las cosas no existen sin el amo.



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