NIEBLA AMARILLA
por Toñi Sánchez Verdejo
Amanece niebla en la ciudad un dia de los más fríos de noviembre. Y un ejército de nadies sale a la calle, en su acostumbrado trayecto a la obligación diaria. Llevan la boca tapada para resguardarse del frío, las manos en los bolsillos y las bufandas alrededor del cuello; muchos de ellos tienen auriculares, para desentenderse de la mañana inhóspita y habitar aquellos mundos virtuales que hayan elegido.
Caminan deprisa. Miran sin observar. Sus ojos cansados resbalan por las cosas como la mano que acaricia un cristal y no se queda con nada.
Por eso no ven el milagro.
Porque esta mañana la niebla ha pintado los edificios de amarillo. Un amarillo brillante como el polen que se desprende de los girasoles cuando el viento los sacude las lentas tardes del verano.
La niebla ha encendido con doradas antorchas la ciudad, pero nadie se da cuenta.
Sólo un niño, que va de la mano de su madre, señala hacia arriba con el dedo y dice:
- Mira, mamá.
Pero la madre no mira. Tira de él suavemente y acelerando el paso sobre sus tacones que clavetean el suelo le dice:
- Ahora no, hijo. Llegamos tarde...
Y el niño deja de mirar el cielo y la parte más alta de las casas donde el amarillo es más intenso. Fija su mirada en el suelo y trata de acompasar sus pasos a los de ella.
Enseguida desaparecen. La niebla se hace más espesa. Ya no se ven más que figuras borrosas que pasan apresuradamente. Y de repente se encienden dos círculos de color amarillo.
Son los ojos de un gato negro que estaba dormido sobre unos cartones. El gato se despereza. Afila sus uñas en los neumáticos de un coche. Mira a su alrededor y bosteza. La ciudad tiene el mismo color de sus ojos, amarillo, pero a él no parece importarle el color ni la niebla. Emite un maullido de satisfacción y se mete debajo de los coches, espantado por ruidos de pisadas. También él desaparece, dejando el recuerdo de sus ojos impregnando el aire húmedo.
Sigue pasando gente. El tiempo transcurre monótono y la niebla va disolviéndose, poco a poco. Se desvanece el tono dorado que cubría la ciudad. Simplemente, el oro se convierte de nuevo en gris, sin dejar rastro del milagro.
El milagro que sólo han visto los ojos de un niño.
Albacete, 7 de noviembre de 2007
2 comentarios:
Lo de mirar el mundo con ojos de niño es ya un tópico pero, como todos los tópicos, hay mucha verdad en él.
Para ver, lo primero es dirigir los ojos hacia algo, mirarlo. Basta muchas veces con levantar la cabeza para ver cómo está el cielo hoy, descubrir la fachada de un edificio que no sabíamos que fuese tan bonita, o sorprender a esa vecina que no debería estar sacudiendo la alfombra por la ventana.
Hay que abrir el abanico de las cosas que miramos: no sólo, como hacemos habitualmente, la acera, el paso de cebra, el disco del semáforo, lo imprescindible para llegar a donde vayamos. Si acaso, un vistazo rápido a un escaparate...
Mirar, y, sobre todo, querer ver. Fijarnos en las cosas. Querer descubrir. Sorprendernos con los detalles.
Esta mañana he llegado un poco tarde al trabajo y me he cruzado con muchos estudiantes que iban al instituto. Una chica llevaba un libro de texto en la mano, y le iba echando vistazos rápidos. Repaso de última hora, sin duda. Los nervios antes del examen... ¡Qué nostalgia!
Espero estar atento para ver la próxima niebla amarilla.
Muy bonito Toñi. Justamente en el libro que estamos leyendo ahora en el club "El curioso incidente del perro a medianoche" el niño protagonista en un momento dado se refiere a la diferencia de mirar las cosas con atención o "echar un vistazo"; dice que suele ser por pereza o porque simplemente la gente va pensando en otras cosas (tonterías, dice él), y creo que es cierto; según nos hacemos mayores nos vamos encerrando en nuestra burbuja y somos incapaces de valorar los pequeños detalles, ya sea por pereza o simplemente porque hemos perdido la costumbre.
Yo también quiero ver la niebla amarilla.
Besos.
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